-¿Sabias cantar y tocar la guitarra y estas de actriz?-Daniel se levanta del sofá y me agarra las muñecas para no poder escapar- ¿Por qué no lo has dicho antes?
-Lo vi irrelevante. Mis compañeros siempre decían que mi música era falsa, que era copia de mi madre. Así que desde siempre la he visto así. Yo no se cantar, se actuar como mi madre.
-Eres estúpida. Lo que hayan dicho Pikamon y compañía no importa, lo que importa es que eres genial.
-¿No decías que éramos rivales?-Sonrío con picaresca, se que lo acabaré convenciendo para que diga lo contrario aunque lo haya dicho en broma- Te estoy haciendo una pregunta.
Mira al suelo sin saber que decir, evita que sus ojos coincidan con los míos o con los de los niños. Su mirada es rara, como sin saber que decir pero a la vez querer decirlo todo. No sabía que hacer, debía irme rápido y dejarlo o intentar averiguar que le pasa.
Carlos y Carlota se levantan y se acercan a nosotros, despacio, mirando a Daniel sin dejar pasar detalle.
De repente me empuja contra la pared y me da un beso pequeño en los labios.
Abro mucho los ojos y veo a Carlota mirar a Carlos con la boca abierta.
-Lo siento, lo siento muchísimo.
-Todo encaja-Digo casi en un susurro.
Se aparta y me mira contrariado. No sabe lo que quiero decir con ello.
-Será mejor desayunar. Vuestros abuelos llegan en dos horas y hay que tenerlo todo listo.
Me pongo a hacer tortitas. Me encantaba cuando mi madre las hacía mientras veía la reposición de "Padres Forzosos", era divertido porque decía que era como vivir en América, algo emocionante. Ella estaba cansada del pueblo.
Les doy el desayuno y preparo la ropa para los tres niños. Coloco dos modelos para cada uno. Por un lado los que les han regalado sus abuelo, un vestido de colores chillones para Carlota y un jersey con la cabeza de un gato de color verde y un pantalón blanco para Carlos y por otro lado los que me ha enviado mi abuelita, un vestido rojo con una estrellita blanca en el bajo para Carlota y un bonito jersey rojo y unos vaqueros para Carlos.
-Prefiero el segundo grupo- Dice Daniel entrando en el cuarto de los niños.
-¿No tienes casa? Al parecer son personas muy importantes. Como te vean por aquí y piensen que dos adolescentes de distinto sexo viven bajo el mismo techo que sus nietos me echan a patadas.
-¿No puedo decir qué estoy de visita? He traído ropa bonita.
-Pero te vas rápido, eh.
-Sí, sí. Lo que diga la jefa.
Ya he preparado galletas de miel ( unas galletas que me enseñó mi abuela a cocinar cuando era muy pequeña) y una tarta de manzana. La casa era lo que mi madre siempre había soñado. Un hogar americano como el de las películas.
-Buenos días. Where are my children?
Los señores Meridian aparecen por la puerta. A pesar de su edad parecen muy elegantes y sofisticados, él lleva traje de chaqueta y pantalón beige y ella un vestido hasta los tobillos de color negro. Me avergüenzo de haber vestido a los niños tan humildemente, pero claro, es que yo es cómo me visto.
Los pequeños se aferran a mi pierna y Carlos parece temerles, nunca le había visto tan asustado por nada a pesar de los meses que llevamos viviendo juntos.
-¿Qué pasa a estos niños? Seguramente esta Nana no sabe ni español, y mucho menos inglés.
-¿Disculpe?- Sonrío para intentar ocultar las ganas de darle una patada.
-Por supuesto que sabemos hablar inglés, abuelo. Es solo que estamos en España y en España se habla español.-Carlota le mira desafiante.
El señor Meridian coge fuertemente a Carlota por la muñeca y la estampa en el sofá.
-¡No se atreva a darle un bofetón!- Caigo al suelo de lo que me tiemblan las piernas, le digo a Carlos mientras caigo que suba a por Daniel.
-¿Por qué no? Así es cómo se debe educar a los futuros presidentes de nuestras empresas. No queremos que se conviertan en gente cómo….
-¿Cómo yo?
La señora Meridian se adelanta y me mira aún más desafiante que su nieta.
-Pues sí, eres el caso exacto. Vaya Nana, mi hijo cada vez está peor, dejar a mis nietos con una Nana que seguramente no tenga graduado escolar.
-Discúlpeme. Soy alumna de cuarto de la E.S.O.
Daniel baja corriendo las escaleras, lleva la chaqueta de un traje negro y el pantalón vaquero de ayer.
-Señores Meridian, no están orgullosos de tener a una alumna del colegio Aguamarina de clase A y que ha entrado con una beca. Es la primera vez que sucede. Debe tener una inteligencia suprema ¿No creen?
La puerta se abre y una pareja entra en la casa.
Está compuesta por un señor de unos treinta años rubio, de ojos azules y muy, muy alto y por una chica de pelo castaño-rojizo, muy delgada sin llegar a un extremo, de piel clara y tiene los ojos de un color miel. Miran con asombro a los abuelos de los niños que se sacuden la ropa y nos abrazan a todos.
-¿Qué hacéis aquí asustando a la joven?-La mujer pone los brazos en jarras y gira la cabeza para sonreír a su marido.
-Jooo, mamá, papá, podíais habernos seguido la broma. Con lo que nos costó convencer a los abuelos.-Carlota se reía y Carlos volvió a ser él.
Daniel y yo nos miramos asustados, aún sentía las palabras de la abuela de los niños en mi oreja.
-Buenos días Daniel, has crecido mucho- El padre de los gemelos le sacudía el pelo mientras dejaba una maleta en el sofá- Y tu has de ser nuestro nuevo descubrimiento. Encantado, soy Pablo.
-Encantada, Érika ¿Verdad? Soy Paulina. Espero que los chicos no te hayan dado demasiados problemas.
Daniel parece más tranquilo pero a mí aún me tiemblan las piernas, me asusta cuando de repente me coge de la cintura y me sienta en el sofá mientras me echa una mirada cómplice.
-Bueno, será mejor que me presente formalmente. Bueno, supongo. Me llamo Érika Lua. Voy a cuarto de secundaria en el colegio Aguamarina, clase A…
-Tranquila mujer, no hace falta que nos des hasta tu número de móvil. Porque ya lo sabemos, no por otra cosa.- Pablo se sentó y puso a Carlota en su regazo- Los chicos nos han mandado varios e-mails y fotografías, parecen muy contentos contigo en casa. Siempre estaban mustios y tristes en nuestra ausencia, pero no podíamos quedarnos aquí, que ya nos gustaría, pero no puede ser.
Los chicos están abrazados a sus padres, aunque intentan disimularlo, están entusiasmados con la familia en casa.
-Creo que será mejor dejaros aquí, nosotros nos iremos y yo volveré a la noche- Me levanto y hago una pequeña reverencia que hacía en el colegio para despedirme del director- Tenéis la comida sobre la mesa. Espero que sea de su agrado.
-No te vayas- Carlos me sujeta por la chaquetita de lana- Tu eres de nuestra familia.
Sonrió y miro a Daniel divertida, está enfadado porque se han olvidado de él.
-¿Y yo?
-Tú te puedes ir, no eres de los nuestros- Carlota me imita cuando le echo de casa pasadas las once-¡Que te marches te digo!
Todos nos sentamos en la enorme mesa del comedor, debe ser la primera vez que como en esa mesa, y nosotros cuatro no dejamos de contar anécdotas de todo tipo. Parece que vivimos en una burbuja.
-Me he fijado en una cosa-Dice el Señor Meridian- No tenéis las luces puestas.
-¿En serio? No me había dado cuenta- Miro una caja de la que salen bombillas de colores colgadas por un alambre-Será mejor que vayamos a colocarlas.
Cojo la caja y la mano de Daniel y salgo al porche de la casa. Todo es de un bonito color blanco iluminado por las pequeñas farolas que adornan la estancia.
-¿Por qué he tenido que salir con este frío?- Daniel sopla a sus manos mientras escarba la nieve con su pie.
-Porque me dan miedo las alturas y no puedo subir al tejado.
-¿En serio? ¿Estás segura?- Daniel ladea la cabeza para mirarme al ojo que se escapa de mi gorro de lana negro.
-Sí.
Miento. No me dan nada de miedo las alturas, pero sé que ese tejado resbala que no veas y prefiero que vaya él con playeras a ir yo con mis bonísimos tacones.
Daniel coge un extremo del cable y sube por la escalera al tejado.
-¿Qué tal hay arriba?- Digo con rin tintín- ¿Frío?
-Bueno… bastante, pero creo que se está mejor que allí abajo.
Cuelga por el canalón la primera fila de bolitas de colores y resbala cuando está yendo hacía atrás. Yo chillo y me tapo los ojos.
-¿Estás bien?
-Sí, pero ayúdame.
Quito las manos de los ojos y le veo colgado por el pie. El pie está enroscado en el cable y le impide moverse. No puedo evitar reírme ante tal estampa navideña.
-¿Es Daniel es qué está colgado en la ventana de mi habitación?- Carlota corre hacía mi y comienza a reírse conmigo- No se te pude dejar solo ¿Eh?
Carlos sale al jardín para verlo con sus propios ojos y comienza a reírse con nosotras. A ninguno nos apetece bajarlo de allí aún sabiendo que lo está pasando mal.
Finalmente accedemos a sacarle de allí, pero antes le tomemos un par de fotografías para tenerlas de recuerdo.
-Vaya nochecita- Daniel se tambalea al tocar el suelo y se sienta en la nieve.
-Pues yo lo he pasado bien, a sido divertido.
Llevo a los chicos dentro para que no se resfríen y vuelvo a salir al jardín.
-¿Cómo sueles celebrar tú la navidad?- Me siento en frente de él, juego con una ramita mientras él piensa.
-Suelo pasarlas solo, en casa. Mis padres suelen salir, sobre todo desde que tenemos dinero. Antes siempre nos sentábamos en la mesa de la cocina y poníamos el especial de navidad que encontrásemos primero. Era divertido, mi padre y yo jugábamos a la play mientras mi madre recogía. Ahora me dicen feliz navidad y se van con gente desconocida que les han invitado a un banquete o una fiesta. He ido a alguna, pero lo único que se hace es estar con sus hijos que están igual de aburridos que tú porque los policías no te dejan jugar a nada ¿Y tú que solías hacer en navidad?
-Mis padres preparaban una gran celebración. Mi padre cocinaba y mi hermano y yo impedíamos que mi madre entrase porque tocaba algo y ya se quemaba o algo por el estilo. La casa estaba llena de nuestras decoraciones caseras que hacíamos el día anterior y comíamos el delicioso pavo de mi padre y las galletas quemadas de mi madre, porque era lo único que sabía bien en su cocina. Nos gustaba verla tan feliz cuando hacía esas galletas, pero mi padre y nosotros mientras ella recogía las cambiábamos por una iguales pero con buen sabor. Mi madre siempre lo sabía pero nunca decía nada. Después salíamos afuera y construíamos un gran muñeco de nieve cada uno. El que más aguantase ganaba. Desde que murieron mi hermano y yo llevamos esos platos a sus tumbas y cenamos allí.
-No te entristece el pensar que ya no están aquí- Daniel se sienta a mi lado y me mira a los ojos.
-No, supongo que ellos querrían que me lo pasase bien.
Daniel asiente con la cabeza y se sujeta las rodillas